jueves, 11 de octubre de 2012

Berenice reedita ‘El Arte de escribir sin arte’, de Felipe Alaiz

Ensayo de los años 30 de crítica literaria, fina intuición y puesta en cuestión de autores como Azorín, Espronceda, Benavente…

El arte de escribir sin arte, es el nuevo ensayo que acaba de publicar Berenice (Grupo Almuzara), obra de Felipe Alaiz, y prologado por Javier Cercas quien dice de él que “perdido en la oscuridad sin remedio de la historia del anarquismo, su nombre es el de uno de los escritores más relevantes del movimiento libertario, también el de un periodista que en las dos épocas radiantes que precedieron al estallido de la guerra civil, gozó del favor de numerosos lectores”.
Esta obra pretende reunir lo mejor de la particular tarea de crítico literario del primer escritor anarquista español, y ofrece una selección, realizada por Juan Bonilla, de los más llamativos de sus Tipos españoles, una reunión de retratos literarios de grandes y olvidados nombres de la literatura española. Alaiz mezcla, con su prosa rara y potente, tanto finas intuiciones críticas como tremendos guantazos a Espronceda, Bécquer, Campoamor, Azorín, Valle Inclán, el Nobel Benavente o García Lorca y sólo parece salvar de la quema al gran Pío Baroja.
Publicado en los años treinta, El arte de escribir sin arte plasma una idea de literatura de escritura y de lectura alejada de usos burgueses que sólo cuidan sus intereses. Por tanto, rechaza los preciosismos que suelen enmascarar la intención de no decir la verdad. “No es el hombre quien ha de hablar como un libro abierto sino el libro abierto quien debe hablar como un hombre”, nos dice Alaiz emparentándose a una tradición mairenesca que hoy resuena en Agustín García Calvo o Rafael Sánchez Ferlosio. En el prólogo, Javier Cercás le da la razón a Alaiz: "En lo fundamental es exacta su concepción del estilo... no olvida que lo que suena a literatura no es nunca literatura... porque el estilo verdadero linda casi siempre con la ausencia de estilo".
Según comenta Juan Bonilla en su epílogo, para Alaiz “Benavente no era más que el pico de una montaña que había que escalar, y que una vez escalada, había que burlarse de ella, de lo baja que era. Gabriel Miró, una laguna que había que cruzar a nado, y que una vez cruzada había que restarle todo mérito y discutir su profundidad. Azorín era una llanura desértica por la que había que correr a toda velocidad para que la arena no le abrasara los pies, y una vez puesto a salvo sobre el oasis del papel en blanco donde verter sus opiniones, estás no podían ser más que violentas".
Bonilla afirma que “no hace falta ser lector de ninguno de los tipos que protagonizan estos textos, para disfrutar con la inteligencia, perspicacia, violencia y dichosa superficialidad de este prosista raro y potente que fue Felipe Alaiz".

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