jueves, 22 de septiembre de 2011

Salinas de Isla Cristina (Huelva), herencia de la Alemania de posguerra

Mantiene la recogida manual de sal y ofrece un producto excepcional: Flor de Sal

Corría el año 54 del siglo pasado cuando Manuel Gómez Rodríguez empezó a construir unas salinas en la marisma entre Isla Cristina (Huelva) y el Pozo del Camino, pequeña pedanía cercana.
Salinas Biomaris de Isla Cristina. Al borde de cada pila se
ven cajones de Flor de Sal recién recogida secándose al sol
Resulta que un alemán de apellido impronunciable llamado Juan y apodado, claro,  el alemán, había llegado por esos pagos buscando sal para importarla a su país. Lo enviaba una empresa de cosméticos llamada Biomaris. Contactó con Manuel en el Pozo del Camino y después de un año de trabajo las salinas eran un hecho.
Biomaris era la propietaria, aunque figuraban a nombre de Rita Milá, esposa española de el alemán, –que era el gerente– ya que en esa época posterior a la II Guerra Mundial los germanos no podían adquirir propiedades.
Las salinas funcionaban bien, toda la sal viajaba para Alemania y Biomaris pudo formalizar su propiedad una vez levantado el veto. Las habladurías aseguraban –nos encontramos en pleno medio rural costero andaluz a finales de los 50 del siglo XX– que con la sal de Isla Cristina se fabricaban bombas…
Salinas industriales cerca de Biomaris.
Y en estas muere Juan.
Los dueños de Biomaris viajan hasta el Pozo del Camino con el objetivo de deshacerse de las salinas y es Manuel Gómez Rodríguez el que las compra al alcanzar, tras una negociación no excesivamente complicada, un ventajoso acuerdo.
El trabajo fue duro, ya que había que seguir con la producción y, además, crear líneas de comercialización en la zona, ya que antes todo iba para Alemania.
Manoli Gómez acaba de contarnos la historia de las salinas Biomaris (“… con el tiempo nos enteramos de que Juan era un espía, nos lo dijo su hermano, que también lo era, trabajaba en Cádiz y se quedó por allí…) y sonríe cuando asegura que “desde entonces no ha cambiado nada, seguimos haciéndolo todo igual…” Es la hija de Manuel, dirige el negocio (con la ayuda de su familia) y lleva a gala que la producción de las salinas sea completamente artesanal.
“Es importante, porque nuestra sal, a diferencia de las salinas industriales, tiene yodo, flúor, magnesio… Las otras son cloruro sódico puro tras secar la sal, picarla y lavarla”.
Las salinas siguen manteniendo el nombre de la época alemana (Biomaris) y ocupan unas 100 hectáreas de las más de 2.000 del paraje natural Marismas de Isla Cristina. De sus naves y pilas saldrán este año unas 150 toneladas de sal marina.
“Esto es como el campo, la temporada va desde abril o mayo hasta las lluvias de otoño y unas son mejores y otros peores. Hemos llegado a producir 400 toneladas, pero la cosa ha ido disminuyendo y este año no llegaremos a las 150”.
Eso sí, imaginación no falta en las salinas de Isla Cristina: “No dejamos de investigar. Hace unos años empezamos a hacer Flor de Sal con distintos aliños (alhucema, ñora…) y ahora tenemos jabón y aceite de magnesio, que son muy buenos para la salud. La sal de aquí es diferente, lo que hace falta es que la gente se dé cuenta…”
El vídeo muestra el proceso artesanal de recogida de Flor de Sal.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Tu niño puede ser como Einstein

Ante la inminente entrada del año escolar, un ensayo revisa la teoría del determinismo genético de la inteligencia y propone que todos los niños pueden llegar a ser como Einstein.

La editorial Toromítico (del grupo andaluz Almuzara) ha publicado un original ensayo de Fernando Alberca titulado Todos los niños pueden ser Einstein que demuestra que el determinismo genético sobre la capacidad de inteligencia de nuestros hijos se puede corregir y desarrollar. Además lo hace de forma práctica, invitando a los padres y educadores a inculcar en los chavales pautas de conducta y proponiendo ejercicios prácticos para incrementar sus coeficientes desde la infancia.
Según Alberca, cualquier padre o madre puede encontrar en este libro claves que lleven a sus hijos al triunfo de su propia capacidad. Con una motivación adecuada y aprovechando sus cualidades innatas se puede mejorar el comportamiento intelectual y cualquier padre puede formar entre su familia a seres geniales que ayuden a progresar a la sociedad y, por tanto, hacerles más felices a ellos y a los que lo rodean.
 “Si su hijo ha de pensar adecuadamente, necesita que le enseñen a pensar. Si ha de resolver problemas, necesita adquirir la habilidad de resolverlos. Si ha de utilizar su cerebro de modo creativo, necesita practicar la creatividad intelectual. Y para todo ello, precisa motivación y confianza en sí mismo”, comenta este experto en educación.
Albert Einstein no aprendió a leer hasta los siete años, su maestra lo calificó como lerdo. Le costó Dios y ayuda acceder a la Escuela Politécnica. Después de conseguirlo y finalizar su carrera, su tesis doctoral no causó la más mínima impresión al tribunal que la juzgó, que la consideró mediocre. A pesar de ello, Einstein acabó convirtiéndose en uno de los científicos más geniales del mundo, y no fue el único: Thomas Edison, Graham Bell, Stanley Kubrick o Federico García Lorca, forman parte de la lista de genios que fueron malos estudiantes.